miércoles, 27 de diciembre de 2017

Explosión Venezolana en Medellín

Desde El Poblado hasta Niquía, desde Robledo hasta Santo Domingo, los semáforos o “faros” de Medellín están siendo invadidos por una clase muy singular de inmigrantes: con franelas vinotinto y tenis a la moda, decenas de jóvenes venezolanos bailan, saltan, gritan al ritmo de la música. 

LA DIFÍCIL SITUACIÓN DE MILES DE VENEZOLANOS se ha traducido en una de las migraciones más importantes en América Latina de los últimos tiempos. Los venezolanos en Medellín ya se cuentan por centenas, quizás por millares. Algunos tienen un don especial: el baile urbano por excelencia, el B-boy.

Son auténticos acróbatas: algunos fueron tan destacados que en la era dorada del chavismo representaron a su país en importantes competencias de Break-dance en países como Francia y España. Hoy hacen shows callejeros en los semáforos y en pasajes peatonales como Carabobo y Junín, también en el Parque de Bolívar, El Parque Lleras y el Parque de Bello.

Su arte es algo diferente para ver, pues son más bien pocos los colectivos locales de danza callejera, aunque por su puesto existen los Colectivos de Parkour Aurora y un puñado más de colectivos de afrodescendientes que le ponen ritmo a la Navidad en la Avenida La Playa.

Muchos de los bailarines venezolanos radicados en Medellín viven en pensiones y hoteles del centro, donde conviven con artesanos, obreros, prostitutas y toda clase de gente humilde del centro de Medellín. A veces se juntan de a 3 o 4 y hacen presentaciones en los semáforos, y el fin de semana, se juntan más, hasta 10 bailarines, y hacen shows más complejos en sitios de alta afluencia de público.



El B-boy callejero es un trabajo duro y se gana poco en comparación a lo que gana un bailarín de espectáculo, como los que acompañan con su baile a los cantantes de reguetón. Si no les va tan mal, logran recoger quince o veinte mil pesos para casa uno después de 9 o 10 shows de baile.

Al final del día los B-boy quedan extenuados, a veces con moretones en los codos, las rodillas y la cara. Además, las manos les quedan negras por el asfalto y llenas de ampollas. Y todavía queda caminar o pedalear hasta la pensión, con un parlante pesado a cuestas, para después contar todo el dinero y repartirlo por partes iguales para cada uno de los bailarines.

La explosión de baile de Venezuela no es solo en Medellín. Hay B-boy y B-girls venezolanos (este baile no distingue géneros) en Cartagena, Santa Marta, Cali y Bogotá. Muchos otros han viajado incluso más lejos: Quito, Guayaquil, Lima, La Paz y Buenos Aires. Todo un movimiento. 


En nuestra ciudad, uno de los colectivos más sólidos es Antimotin, quienes llevan más de un año consolidando un grupo, un concepto y un show. Si quieres saber más de ellos visita su Instagram @antimotincrew

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