sábado, 20 de julio de 2013

Ritos de iniciación y magia en la Universidad

Hace poco recibí “el cartón” que me acredita como profesional, y todavía no sé lo que eso significa. O más bien, me siento igual que antes. Se supone que “estoy listo” para enfrentar el mundo, pero no es así. Es como si faltara algo. Tal vez la carrera se va demasiado rápido, y después de cuatro años y medio uno está como al principio, solo y sin pista, igual que en una carrera a través del desierto. 

Ilustración: Edwin Howland Blashfield.

EL DIPLOMA LO DAN EN UNA CEREMONIA SOLEMNE, algo ridícula, quizás. Es gracioso vernos vestidos como monjes medievales, intentando cantar un himno que nunca oímos y jurando ante la pirámide y la rueda de doce dientes: el escudo de Eafit.

Pero todo eso no es una broma, en verdad juramos algo muy serio. Una graduación es un rito de iniciación, o lo que nos queda de esos ritos, presentes en todo el mundo, que sirven para dejar claro el paso de la niñez a la vida adulta, de la vida familiar a la vida en sociedad.

En unas islas del pacífico, algunos nativos saltan desde una torre de 30 metros con los tobillos atados a unas lianas. A otros les hacen cientos de cortes en la espalda para que parezcan cocodrilos. En Brasil, los indios Sateré-Mawé obligan a los jóvenes a meter las manos en guantes repletos de hormigas venenosas.

En Norteamérica, a los guerreros indígenas se les ordenaba ayunar durante cuatro días y después les colgaban de la piel hasta que perdieran el conocimiento. En películas de Hollywood podemos ver que todavía hoy, en sociedades civilizadas, existen violentos ritos de iniciación para quienes desean hacer parte de una fraternidad, por ejemplo.

Los ritos pueden parecer absurdos y bárbaros, tal vez “inhumanos”. Pero dicen mucho: de hecho, en un sentido simbólico, el rito de iniciación te hace un ser humano completo. Antes del rito no sos humano, sino algo incompleto, un animal. (Acuérdense de Pinocho que “quería ser un niño de verdad”, e hizo todo para conseguirlo).


Nada es gratis

Para obtener un bien mayor, algo tiene que morir. La muerte simbólica del rito se recompensa con la revelación del secreto y el poder mágico. Después de la iniciación sos alguien que sobrevivió la muerte (la muerte de la personalidad infantil) y volvió a la vida para afrontar el mundo como un adulto y vivir en comunidad.

A nosotros no nos cortan el cuerpo o nos tiran de un edificio de diez pisos para demostrar que somos maduros. Una graduación universitaria nunca será esa, pero la presión para dejar de ser niño y convertirse en un miembro adulto del grupo es igual en todas partes.

Quizás la violencia física de otros pueblos la reemplazamos nosotros con violencia mental: sentirse solo y sin pista “igual que en una carrera a través de desierto”. 

Pero todavía hacemos sufrir un poco a los primíparos…

Si entendemos los grados como uno de nuestros ritos de iniciación, entonces pueden significar: “bienvenido a la vida adulta y en sociedad, ahora esperamos algo de vos”. “¡Pero si todavía no somos adultos, todavía falta algo!” ¿O sí somos adultos…? Parece que hasta un guante de hormigas ayuda a entender. En todo caso hay que sufrir la muerte simbólica del niño que hay en nosotros, y no es fácil.

Además, ser adulto es raro. Hoy en día, ni siquiera parece deseable. Los adultos quieren ser adolescentes y divertirse en la playa. Responsabilidades y lealtades absurdas, y en el fondo soledad… eso son los adultos en las series gringas. Pero ser eternamente un niño es un peligro cultural que los ritos de iniciación expresan a través de una muerte simbólica.

La universidad da poderes mágicos

El primer día en la U vimos caras llenas de futuro. Éramos niños: sonrisas y miradas adolescentes, todo era nuevo y todo estaba por venir. El mejor amigo y el enemigo eran iguales y desconocidos. Desconocíamos mucho de nosotros mismos.

Pero ahora todo parece obvio: siempre fue “uno mismo”, y el amigo tenía cara de amigo. Y no tenemos las mismas sonrisas o las mismas miradas. Algo tuvo que cambiar, ¡algo que tuvo que morir!

Ser consciente de eso es lo que me faltaba: estar en la universidad ya no es lo mismo, y aunque hay una inmensa gratitud, hay que decir con Nietzsche: “se recompensa mal a un maestro si se permanece siempre discípulo”.

Ahora me pregunto: ¿La universidad es para estudiar ingeniería, ciencias, humanidades, negocios... o para estudiarse a sí mismo…?

La magia no es más que conocimiento visto con los ojos del que no sabe. Un pueblo que jamás conoció la pólvora cree que los disparos son truenos de los dioses. Tal vez no es importante saber qué significa recibir “un cartón”, porque en verdad recibí otra cosa. La Universidad da acceso a un verdadero secreto o poder “mágico”: el conocimiento para entender y transformar la vida social.

Y son muchos los desafíos que se nos exige como jóvenes adultos, como universitarios y como generación. Cada uno de nosotros debe encontrar su reto, y así ayudar a construír una comunidad global que equilibre las exigencias del desarrollo individual y colectivo, que sepa comprender la relación entre hombre y naturaleza, y que valore los ciclos de la vida y la muerte como algo necesario para el mantenimiento mismo de la existencia.