sábado, 2 de noviembre de 2013

Utopía, ciencia y mito

De un lado está Bill Gates, diciendo que en el año 2035 casi no quedará ningún país pobre en el mundo. Chile y Turquía han alcanzado hoy los niveles de ingreso de Estados Unidos en 1960, lo que significa que los países en desarrollo van por buen camino, y que no está muy lejos el día en que millones de personas alcancen los estándares de vida del primer mundo.

Ilustración: Michal Lisowski.

NUEVAS VACUNAS, MEJORES SEMILLAS, LA REVOLUCIÓN DIGITAL (los negocios de Gates) redimirán al mundo de la miseria extrema, y quizás lo lleven a una nueva era de bienestar y progreso universal. Las nuevas generaciones, mejor formadas, podrán afrontar los retos que supone una población mundial creciente, más longeva, y con mayor capacidad de consumo de agua, energía y alimentos (1).

Una utopía: ¿puede la ciencia y la tecnología hacer algo así? Si fuimos a la luna, si las sondas Pioneer y Voyager recorrieron el sistema solar, si ahora planeamos ir a Marte… ¿no sería imaginable un mundo administrado por el conocimiento científico, con un aprovechamiento racional de los recursos naturales?

Quien conozca el “Proyecto Venus” (2), de Jacque Fresco y Roxanne Meadows, sabe de lo que hablo. En las películas Zeitgeist (3), Fresco da a entender que una sociedad utópica es imaginable si el método científico reemplaza las estructuras de poder que gobiernan el mundo, es decir, si la política y la economía dejan que la ciencia, más objetiva y razonable, decida cuál es la mejor forma de gobernar y administrar los recursos.

Hay alguien del otro lado…

Atado a este mundo por un artificio médico: Gustavo Cerati. Y nos dice que “la poesía es la única verdad… sacar belleza de este caos es virtud.” (4) Por supuesto que no se puede igualar el optimismo de Bill Gates, basado en datos estadísticos comprobables, y justificado con los últimos avances de la medicina, la agroindustria y la informática, con el pesimismo de Cerati, un músico y cantautor, es decir, un artista. 

No valoramos igual una afirmación tecno-científica y una afirmación artística o estética. Nadie en un ámbito científico, por ejemplo, aceptaría que el hombre no viene de los primates sino que fue creado por Dios porque la Biblia lo dice, o porque “la poesía es la única verdad”.

La razón nos protege de aceptar cuentos como respuestas a las preguntas fundamentales: ¿qué es el hombre y de dónde viene?, ¿cuál es el origen del mundo?, ¿por qué se justifica la vida y la muerte?, ¿qué es la verdad? Antes, durante miles de años, encontramos respuestas en el mito, en la narración de los primeros días, los dioses y los héroes fundadores de la civilización.

Se considera que el inicio de la filosofía está donde renunciamos a los mitos para justificar la vida y explicar la naturaleza, y abrazamos la razón, la lógica, y la ciencia, como la mejor forma de entender al universo y a nosotros mismos. 

La ciencia es crítica, revisa constantemente los métodos y las teorías, y con ello se asegura de no caer en el conformismo y arrogancia del mito, que pretende validez universal y acceso a los terrenos pantanosos donde la ciencia, prudente, guarda silencio.


¿La ciencia es un medio, o un fin?

Si es lícito cuestionar los métodos y las teorías, se aceptará la siguiente pregunta: ¿cuál es la finalidad de la ciencia?

Una respuesta posible es que la ciencia no debe obedecer finalidades más allá de sí misma: se hace ciencia por La Ciencia, casi por placer, porque es bueno conocer la naturaleza a través del método científico, y entender las leyes del universo, conjurando los peligros del prejuicio y la superstición.

A esta primera respuesta se le puede hacer una objeción: el conocimiento científico no hace elecciones morales. Por ejemplo, saber que se obtienen grandes cantidades de energía con la fusión y la fisión atómica puede servir para proveer a la humanidad fuentes abundantes de energía, o para desarrollar un arma de gran poder destructivo. ¿Y si no es de ese modo, por qué los gobiernos de Israel y Estados Unidos se preocupan por el programa nuclear iraní?

Otra respuesta sería que la ciencia es útil, que se hace ciencia para vivir más y mejor. La medicina, la agroindustria, la computación (de nuevo, los negocios de Bill Gates) nos dan herramientas para combatir la enfermedad, el hambre y la ignorancia. Quizás por eso la investigación académica en estas áreas sea más intensa, y mejor financiada.

Lo útil se vende, lo inútil no… O mejor, lo que se vende es útil y lo que no se vende, no. Esta definición de utilidad puede ser arriesgada, pero en las condiciones actuales, exigirle a la ciencia “ser útil” puede significar someterla a los caprichos del mercado.

En la práctica…
La investigación científica no se hace por la ciencia misma, sino que está subordinada a finalidades políticas y económicas. Esto es precisamente lo que denuncian las películas de Zeitgeist y el “Proyecto Venus”. Y si Bill Gates es optimista sobre el porvenir de las naciones y el planeta tierra, Jacque Fresco y Roxanne Meadows van todavía más lejos al proyectar una sociedad ideal: una nueva Atlántida construida bajo el amparo de la razón y la ciencia.

Pero, la construcción de La Utopía, ¿es lo que la ciencia debería adoptar como finalidad? A esto respondo que no, pues el conocimiento científico puede servir también a La Distopía, y entiendo La Utopía como un producto de las aspiraciones fantásticas (no por eso despreciables) del hombre, más emparentadas con el mito de la Edad Dorada que con una verdadera sociedad ideal del saber. 
Dicho de otro modo, La Utopía pertenece más al mundo del mito que al de la práctica científica.

En otras palabras, no es justo exigirle a la ciencia que nos lleve de regreso a un paraíso (terrenal) libre de enfermedad y muerte. No deberíamos intentar ser inmortales o evitar para siempre el dolor y la decadencia, pues estaríamos evitando también la molestia de estar vivos. La ciencia no puede construir en este mundo lo que Cristo prometió en otra vida, y si lo intenta, no se salvaría de ser un mito más, un mito científico, un “cuento” científico.

Al respecto, dice Friedrich Nietzsche: “la imagen de Sócrates moribundo, como hombre a quien el saber y los argumentos han liberado del miedo a la muerte (…) recuérdele a todo el mundo el destino de la ciencia, a saber, la de hacer parecer inteligible y por tanto justificada la existencia: a lo cual, desde luego (…) tiene que servir también el mito.” (5)

El sueño de la razón produce monstruos (6)

Las preguntas sobre la muerte y la justificación de la existencia las hemos resuelto con valentía a través del arte y el mito: los inventamos para afrontar lo efímero y terrible de la existencia. Por eso Cerati dice que “sacar belleza de este caos es virtud”y Nietzsche que “la tarea suprema del arte es redimir al ojo de penetrar en el horror de la noche”. 

Tal debería ser también la finalidad de la ciencia, ¡aunque por otros medios!: darnos herramientas para asumir la experiencia de la vida como un todo, y no para amputar los capítulos tristes o vergonzosos.

Para Nietzsche, el problema del hombre de ciencia, que toma a Sócrates como modelo a seguir, es una confusión entre el instinto (el que hace sin saber), y la conciencia (el que hace porque sabe). “Mientras que en todos los hombres productivos el instinto es fuerza creadora y afirmativa, y la conciencia es crítica y disuasiva; en Sócrates el instinto es crítico y la conciencia creador”.

El resultado: un arte intelectualizado que hay que descifrar tras una maraña de conceptos; y una ciencia irracional y caprichosa, que arrogante se reserva para sí misma “la única verdad”. 
Si se rechaza, por absurda, la afirmación de que “la poesía es la única verdad,” habrá que conceder, por lo menos, que la ciencia tampoco puede pretender tal cosa.

¿Qué es el amor? 

¿Conocemos una respuesta verdadera…? Esta pregunta justifica la exposición de dos lados, o dos tipos de conocimiento: el arte (amigo del instinto y la creación) y la ciencia (amiga de la reflexión razonada y la crítica). 

En su doble pretensión de encontrar leyes universales, y de dudar de la validez de sus conclusiones, la verdadera ciencia puede afirmar, acaso, que el amor es un estado mental, provocado por ciertas reacciones hormonales, en últimas, un patrón de comportamiento más o menos automático y necesario.

Por supuesto, a uno le pueden explicar que el amor es algo así como un instinto, pero esa comprensión poco le importa a quien de verdad está enamorado: simplemente lo experimenta, no lo termina de entender, y lo siente como un fenómeno irracional, más cercano a la locura que al entendimiento.

“¿Acaso hay un reino de la sabiduría del cual esté desterrado el lógico?”, pregunta Nietzsche, para luego aventurarse un poco más: ¿acaso el arte es un correlato y un suplemento necesario de la ciencia?

¡Claro que sí!, ciencia y arte deberían cultivarse con igual devoción. Por eso es importante fortalecer la investigación científica y la innovación en Colombia, al tiempo que se reflexiona sobre la importancia de la educación estética del hombre, pues es el arte (o el mito) quien mejor entiende al amor. “Sólo como fenómeno estético aparecen justificados la existencia y el mundo”, sentencia Nietzsche.

El amor, como expresión de vitalidad, debería servir de amparo para asumir la vida y la muerte como algo que se debe experimentar. Un intento científico (o metafísico) de superar la muerte, aún más, de erradicar del mundo la violencia y la injusticia, sea en su lugar, una muestra de cobardía y de un deseo infantil de huir del lado terrible de la existencia.



Referencias 
  1. Bill y Melinda Gates (2014) 3 mitos que frenan el progreso de los pobres
  2. Proyecto Venus, en Wikipedia. 
  3. Peter Joseph (2008) Zeitgeist: Addendum
  4. Gustavo Cerati (2009) Déjà vu
  5. Friedrich Nietzsche (1872) El nacimiento de la tragedia
  6. Francisco Goya (1797-99) El sueño de la razón produce monstruos. Museo del Prado.

sábado, 20 de julio de 2013

Ritos de iniciación y magia en la Universidad

Hace poco recibí “el cartón” que me acredita como profesional, y todavía no sé lo que eso significa. O más bien, me siento igual que antes. Se supone que “estoy listo” para enfrentar el mundo, pero no es así. Es como si faltara algo. Tal vez la carrera se va demasiado rápido, y después de cuatro años y medio uno está como al principio, solo y sin pista, igual que en una carrera a través del desierto. 

Ilustración: Edwin Howland Blashfield.

EL DIPLOMA LO DAN EN UNA CEREMONIA SOLEMNE, algo ridícula, quizás. Es gracioso vernos vestidos como monjes medievales, intentando cantar un himno que nunca oímos y jurando ante la pirámide y la rueda de doce dientes: el escudo de Eafit.

Pero todo eso no es una broma, en verdad juramos algo muy serio. Una graduación es un rito de iniciación, o lo que nos queda de esos ritos, presentes en todo el mundo, que sirven para dejar claro el paso de la niñez a la vida adulta, de la vida familiar a la vida en sociedad.

En unas islas del pacífico, algunos nativos saltan desde una torre de 30 metros con los tobillos atados a unas lianas. A otros les hacen cientos de cortes en la espalda para que parezcan cocodrilos. En Brasil, los indios Sateré-Mawé obligan a los jóvenes a meter las manos en guantes repletos de hormigas venenosas.

En Norteamérica, a los guerreros indígenas se les ordenaba ayunar durante cuatro días y después les colgaban de la piel hasta que perdieran el conocimiento. En películas de Hollywood podemos ver que todavía hoy, en sociedades civilizadas, existen violentos ritos de iniciación para quienes desean hacer parte de una fraternidad, por ejemplo.

Los ritos pueden parecer absurdos y bárbaros, tal vez “inhumanos”. Pero dicen mucho: de hecho, en un sentido simbólico, el rito de iniciación te hace un ser humano completo. Antes del rito no sos humano, sino algo incompleto, un animal. (Acuérdense de Pinocho que “quería ser un niño de verdad”, e hizo todo para conseguirlo).


Nada es gratis

Para obtener un bien mayor, algo tiene que morir. La muerte simbólica del rito se recompensa con la revelación del secreto y el poder mágico. Después de la iniciación sos alguien que sobrevivió la muerte (la muerte de la personalidad infantil) y volvió a la vida para afrontar el mundo como un adulto y vivir en comunidad.

A nosotros no nos cortan el cuerpo o nos tiran de un edificio de diez pisos para demostrar que somos maduros. Una graduación universitaria nunca será esa, pero la presión para dejar de ser niño y convertirse en un miembro adulto del grupo es igual en todas partes.

Quizás la violencia física de otros pueblos la reemplazamos nosotros con violencia mental: sentirse solo y sin pista “igual que en una carrera a través de desierto”. 

Pero todavía hacemos sufrir un poco a los primíparos…

Si entendemos los grados como uno de nuestros ritos de iniciación, entonces pueden significar: “bienvenido a la vida adulta y en sociedad, ahora esperamos algo de vos”. “¡Pero si todavía no somos adultos, todavía falta algo!” ¿O sí somos adultos…? Parece que hasta un guante de hormigas ayuda a entender. En todo caso hay que sufrir la muerte simbólica del niño que hay en nosotros, y no es fácil.

Además, ser adulto es raro. Hoy en día, ni siquiera parece deseable. Los adultos quieren ser adolescentes y divertirse en la playa. Responsabilidades y lealtades absurdas, y en el fondo soledad… eso son los adultos en las series gringas. Pero ser eternamente un niño es un peligro cultural que los ritos de iniciación expresan a través de una muerte simbólica.

La universidad da poderes mágicos

El primer día en la U vimos caras llenas de futuro. Éramos niños: sonrisas y miradas adolescentes, todo era nuevo y todo estaba por venir. El mejor amigo y el enemigo eran iguales y desconocidos. Desconocíamos mucho de nosotros mismos.

Pero ahora todo parece obvio: siempre fue “uno mismo”, y el amigo tenía cara de amigo. Y no tenemos las mismas sonrisas o las mismas miradas. Algo tuvo que cambiar, ¡algo que tuvo que morir!

Ser consciente de eso es lo que me faltaba: estar en la universidad ya no es lo mismo, y aunque hay una inmensa gratitud, hay que decir con Nietzsche: “se recompensa mal a un maestro si se permanece siempre discípulo”.

Ahora me pregunto: ¿La universidad es para estudiar ingeniería, ciencias, humanidades, negocios... o para estudiarse a sí mismo…?

La magia no es más que conocimiento visto con los ojos del que no sabe. Un pueblo que jamás conoció la pólvora cree que los disparos son truenos de los dioses. Tal vez no es importante saber qué significa recibir “un cartón”, porque en verdad recibí otra cosa. La Universidad da acceso a un verdadero secreto o poder “mágico”: el conocimiento para entender y transformar la vida social.

Y son muchos los desafíos que se nos exige como jóvenes adultos, como universitarios y como generación. Cada uno de nosotros debe encontrar su reto, y así ayudar a construír una comunidad global que equilibre las exigencias del desarrollo individual y colectivo, que sepa comprender la relación entre hombre y naturaleza, y que valore los ciclos de la vida y la muerte como algo necesario para el mantenimiento mismo de la existencia.