LOS DÍAS MÁS FELICES ‘en-Canada’, o sea, en la cárcel −esto una broma y a la vez el sueño de algunas de ir a Quebec o a Montreal−, son los días de visita dos veces al mes. También podría ser el día de la libertad, pero si todavía falta mucho para eso, está el día de la Virgen de las Mercedes, patrona de los reclusos, que ha merecido grandes canciones.
Este 24 de septiembre de 2015, el día de la Virgen de las Mercedes, fuimos a la cárcel de El Pedregal para compartir con las reclusas en ‘el día más feliz de la prisión’, un día que tiene música, baile y arroz con huevo al desayuno, que es mejor que la changua, la arepa fría y la ‘radiografía’ de quesito que les sirven a veces.
El desfile de las reclusas
A la 1 de la tarde salen las reclusas de los patios, desfilan por los pasillos, bien arregladas para la ocasión. Perfume, el pelo en trenzas y bien peinado con gomina, la mejor camisa y el mejor pantalón y los ojos chispeando por el maquillaje de mirellas.
Aquí hay todo tipo de mujeres, algunas muy jóvenes, casi unas niñas, y otras más viejas, las ‘mamitas’; también están las gestantes y las que llevan niños en sus brazos, otras que llevan de la mano a una noviecita y le dirigen los pasos con ojos altivos; están las que en dos meses serán libres y las que miran con rabia o tristeza los muchos años que todavía les faltan para salir.
Pero la música se prende para todas por igual, primero se presentan los grupos de la sección masculina, también reclusos de El Pedregal, que van calentando los ánimos para el esperado Grupo Galé, que toca por la tarde, a la hora en que se oculta el sol.
Este 24 de septiembre de 2015, el día de la Virgen de las Mercedes, fuimos a la cárcel de El Pedregal para compartir con las reclusas en ‘el día más feliz de la prisión’, un día que tiene música, baile y arroz con huevo al desayuno, que es mejor que la changua, la arepa fría y la ‘radiografía’ de quesito que les sirven a veces.
El desfile de las reclusas
A la 1 de la tarde salen las reclusas de los patios, desfilan por los pasillos, bien arregladas para la ocasión. Perfume, el pelo en trenzas y bien peinado con gomina, la mejor camisa y el mejor pantalón y los ojos chispeando por el maquillaje de mirellas.
Aquí hay todo tipo de mujeres, algunas muy jóvenes, casi unas niñas, y otras más viejas, las ‘mamitas’; también están las gestantes y las que llevan niños en sus brazos, otras que llevan de la mano a una noviecita y le dirigen los pasos con ojos altivos; están las que en dos meses serán libres y las que miran con rabia o tristeza los muchos años que todavía les faltan para salir.
Pero la música se prende para todas por igual, primero se presentan los grupos de la sección masculina, también reclusos de El Pedregal, que van calentando los ánimos para el esperado Grupo Galé, que toca por la tarde, a la hora en que se oculta el sol.
Travesuras con la ropa
A Esmid no le gusta maquillarse todos los días, pero cuando lo hace, le gusta que se note bien. El día de la Virgen de las Mercedes, el sol se le refleja en cientos de puntitos azules y brillantes alrededor de los ojos. Está feliz porque hoy puede bailar a sus anchas y aunque le impusieron una condena de 7 años, ya pagó más de la mitad y muy pronto el juez le puede dar la libertad condicionada.
“Esto aquí es muy maluco, la cárcel no se la deseo ni al peor enemigo. Hay que valorar las cosas que uno tiene, por ejemplo mis dos princesas, Alison y Mildred, y mi mamá. No veo la hora de salir para estar con ellas”, dice.
“A mi familia le mando a decir que esta loquita que conocieron va a salir como una persona muy diferente y voy con toda por mi mamá y mis hijas”.
—Esmid.
Esmid se ha puesto a trabajar y aprender de confección mientras pasa sus días en El Pedregal. Cuando salga, le gustaría trabajar como operaria en una gran empresa.
“A mí me gusta la confección, vea, cuando estaba chiquita hacía travesuras con mis vestidos, los cortaba, los cosía… acá en la cárcel hay un taller, nosotras le decimos ‘el taller del maestro’. Uno aprende, se gana unos pesos y por cada semana de labor, el juez nos puede rebajar hasta 40 horas de condena”.
“No solo perdí la libertad”
Gloria habla pasito, despacio, y sonríe con esa mezcla de inocencia y picardía de la gente del campo. Ya no es una muchacha joven y el pelo se le está poniendo blanco, entonces mejor se lo tiñe de rojo vivo. No le falta mucho para salir de El Pedregal, pero está triste por dejar atrás a sus compañeras, que a veces, con el tiempo, se van volviendo como una familia.
“A mí me ha ha parecido muy duro estar lejos de mis hijos, me da pesar no enseñarles cosas y compartir con ellos. Es que yo cumplí 40 años de casada y tuve 12 hijos de ese matrimonio, pero al caer aquí no solo perdí la libertad, sino que también perdí mi hogar”, se lamenta.
El día de la Virgen de las Mercedes, Gloria se sienta y espera, no hace tanto escándalo como sus compañeras más jóvenes. Es como una mamá o una abuelita para ellas. “Aquí me tienen haciendo el aseo, para rebajar tiempo de condena, pero me gustaría volver a ser ama de casa, que es una tarea muy grande, porque tengo muchos hijos, los más pequeños de 15 y 18 años”.
“A mis hijos les mando a decir que se manejen bien, que no hagan nada malo porque no quiero que ellos pasen por algo así. Ojalá Dios me dé la oportunidad de volver con ellos”.
—Gloria.
Tres chicas
Yesica tiene 23 años, 2 hijos y lleva un tercero en el vientre. También tiene ojos verdeazulados y una risa amplia. Bromea sobre cuál de sus amigas es el papá del niño que está esperando y mira de reojo cómo fuman, como si fuera un antojo más del embarazo. Dice que se quiere relajar, acercarse a Dios y pensar en la comida de afuera.
De izquierda a derecha: Yesica, Brenda y Estefanía.
Brenda, por su parte, tiene 22 años y tres hijos de 7, 5 y 3 años. A los mayorcitos los molestan en el colegio porque la mamá está en la cárcel y eso le pesa todos los días. A su hijo pequeñito casi se lo arrancan del pecho. Si no hubiera cometido un error, hoy estaría haciendo sus prácticas en una empresa y no comprando fósforos a 100 pesos, para poder darle a escondidas unas chupadas a un cigarrillo amargo.
“A la gente que está afuera le mando decir que no se puede delinquir, que no se confíen, ni siquiera por amor, porque terminan acá. Y acá todo es una terapia, la familia no está, el baño es horrible, la comida es mala y médico no hay”.
—Brenda.
Estefanía, amiga de las otras dos, es casi una adolescente. Tiene 19 años, pero más de un tatuaje le cubre la piel trigueña. Le gustaría decirle a su familia que los ama mucho y que les pide perdón por el daño causado. A Melissa y al ‘Cabe’, les manda a decir que los quiere mucho y que “después nos vemos las caras”.
“Señor, ayúdame…”
Paula lleva 2 años en prisión, viviendo “un proceso duro pero eficaz”. Ella era una adicta, una mujer desesperada por las drogas. Un día se desmayó y no pudo ni moverse. Todo el lado derecho del cuerpo se le paralizó. Fue entonces cuando dijo “¡señor, ayúdame…!”
“Eso fue que la mano de Dios me cogió y me zamarreó, y aunque luego volví a consumir un poco, ya no era lo mismo, me daba pena de Dios. Entonces dije ‘voy a tomar la decisión, no voy a consumir más’ y así lo hice”, relata.
“Hay que decir ‘puedo’ y sí se puede… no hay que llegar hasta la cárcel o al hospital para darse cuenta”.
—Paula.
El día de la Virgen de las Mercedes, Paula se siente como una mujer nueva, decidida, con la misión de ayudar a sus compañeras para salvarles el alma. Habla con mucha pasión y ya participó en dos libros de crónicas. “Contando mi historia me liberé de muchos resentimientos”, dice.
“Yo quiero sentir la presencia del señor Jesucristo, quiero entregarme a él y soltar todos los vicios. Así va a ser… de aquí voy a salir bendecida y en victoria”.
La cárcel no es una reja
En la vía al mar, pero sin acercarse a la playa, pasan sus días cientos de mujeres de Medellín. Ellas cometieron errores, engrosaron las filas de los ejércitos de la guerra, llevaron narcóticos en su vientre, hicieron una llamada extorsiva, le quitaron la vida a otro… algunas de estas mujeres humildes se arrepienten mucho.
En la cárcel El Pedregal hay un parquecito infantil, para los hijos de las reclusas.
Ellas también pueden ser madres amorosas, trabajadoras diligentes y líderes inspiradoras. Quizás solo necesitan creérselo y que nosotros no las juzguemos por un error, sino que más bien aprendamos de sus experiencias y, si está en nuestras manos, les demos una oportunidad.
A veces, la cárcel no se acaba el día en que sales de ella, sino que te persigue por años, en la mirada de los demás, de tu misma familia.
ALLI LABORE DE MEDICO....PERO LA EPS QUE HABIA ERA UN DESORDEN Y ME GUSTO TU ENFOQUE MUY HUMANO....
ResponderEliminarGRACIAS AGUSTIN PATIÑO ..UN MUY BUEN COMUNICADOR SOCIAL...